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Vicente Álvarez

EL FARO DE AQUALUNG

JIM MORRISON QUE ESTÁS EN LOS CIELOS (O NO)

jim3Publicado en La sombra del ciprés, suplemento cultural de El Norte de Castilla, el 13 de octubre de 2018

Sólo fue otro ángel caído en la ciudad de la luz. Alguien que se enganchó al juego que él mismo llamaba “volverse loco”.  Un jinete más en la tormenta que decidió escaparse a París para poder oír, por fin, el grito de la mariposa y dedicarse por completo a la poesía. Y, de paso, escapar de la justicia. Jim Morrison siempre estuvo perdido en un desierto romano de dolor. Siempre fue un colgado inmaculado que rezaba oraciones mientras el autobús azul no paraba de llamarle. Escándalo era su segundo apellido. En sus inicios, el todopoderoso Ed Sullivan le invitó a su show y le pidió que cambiase la letra de una canción. Por supuesto, Jim hizo lo que le dio la gana. Como siempre. Como en el famoso concierto de Miami en marzo de 1969. Catorce mil entradas vendidas en un auditorio con 6.900 asientos. La gente enloquecida y asfixiada y Jim Morrison dándoles bambú desde el inicio. Aquel día Jim tenía la lengua larga y el bourbon incandescente. Dicen que soltó más consignas que canciones. Provocó al público y a la policía. Incitó a la gente a que se desnudara y subiera al escenario. “Vamos a cambiar el mundo”, “sois un puñado de jodidos esclavos”, “Hitler está vivo, anoche me lo follé, ama a tu vecino hasta que le duela”, “quiero veros haciendo ruido, quiero veros gritar”, fueron algunas de las muchas soflamas que soltó el Rey Lagarto. Comenzó a bailar como un chamán de lado a lado del auditorio, se quitó su camisa mojada (“vamos a ver un poco de piel, vamos a desnudarnos”), alguien subió al escenario y le bañó con champán. Dicen que abrazó a un cordero vivo, dicen que simuló masturbarse, dicen que enseñó fugazmente los genitales. No hay pruebas. No hay fotos. Pero la leyenda estaba ya en marcha. Un juicio eterno, cancelaciones de conciertos y un millón de dólares en abogados. Finalmente fue declarado culpable de los cargos de exhibición obscena y escándalo público y sentenciado a cumplir ocho meses de trabajos forzados y dos años y cuatro meses de libertad vigilada. Fue el principio del fin. O, mejor aún, el principio de la leyenda. Pasó a convertirse de símbolo sexual de la contracultura a un artista prófugo. Empezó a abusar del alcohol, a engordar, a autodestruirse. Se dejó una poblada barba y su voz se volvió más aguardentosa. Jim Morrison se cansó de Jim Morrison y huyó a París con su novia. Él sólo quería ser un poeta desconocido. No le dio tiempo. El 3 de julio de 1971 Pamela lo encontró muerto en la bañera. No hubo autopsia. Un médico fantasma firmó un certificado de defunción fantasma. ¿Sobredosis? ¿Suicidio? ¿Víctima de una conspiración? ¿De un rito de vudú? Mil sospechas que se resumen en una duda cósmica: ¿Realmente murió Jim Morrison? Algunos testigos afirmaron que lo vieron subir en un avión la noche de su muerte y los empleados de un banco ratificaron que estuvo haciendo unas transacciones. Sus compañeros de The Doors estaban convencidos de que si alguien podía escenificar su propia muerte ese era Jim Morrison. Aquella era la única carta de la baraja que le quedaba por jugar. Un millón de años después seguimos durmiendo en la cocina de su alma mientras nos susurra al oído “this is the end, el fin de la risa y las blandas mentiras, el fin de las noches en que intentamos morir, este es el fin”.

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Sobre el autor

Escribe novelas y cosas así. Sus detractores dicen que los millones de libros que ha vendido se deben a su cara bonita y a su cuerpo escultural. Y no les falta razón. www.vicentealvarez.com


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