No se ofenda, pero dentro de usted pervive un corrupto en potencia. Forma parte de la idiosincrasia del ser humano. Que levante la mano virtualmente quien no haya pagado en negro alguna vez. El pillo español retratado por Cervantes o Quevedo es un aficionado si lo comparamos con los salvajes casos de corrupción que nos hacen hervir la sangre al leer el periódico. Este fenómeno no campa a sus anchas sólo en España, aunque no conviene aplicar el aserto de mal de muchos consuelo de tontos. Existen países que la combaten con todos los mecanismos que les ofrece la democracia y en muchos de ellos no se llega siquiera a enjuiciar al justiciable, sino que en asuntos de menos trascendencia el sujeto objeto dimite antes de que se lo pidan y santas pascuas. En Reino Unido un político deja su cargo si le cazan en fruslerías como hacer creer que su pareja conducía un vehículo sancionado cuando en realidad era él quien se saltó la ley. O el diputado que pagaba con dinero público los taxis de su amante. Casos como estos serían impensables en España. Recordemos si no al dirigente de Nuevas Generaciones del PP que conducía ebrio y que conservó su escaño. O el nepotismo, muy arraigado en nuestra nación. Pero esta es corrupción a pequeña escala. La que llama la atención suele ser la que alumbra casos en los que el canalla de turno se apropia del dinero de todos o quien atrapa mordidas de obras públicas. Para que exista un corrupto ha de haber forzosamente un corruptor. Estos días se nos hiela la sangre ante la detención de políticos y empresarios que formaban una mafia en toda regla. Pero esta disrupción del riego vascular es tan solo un efecto leve. Si lanzásemos un dardo contra un mapa de España, nuestro cuerpo experimentaría un colapso, porque es metafísicamente imposible que solo los casos que vamos conociendo sean únicos. Allá donde conviven empresas y políticos late esta lacra. Abatamos a quienes desde los gobiernos presionan a los jueces y a la policía. Dotemos de medios a la justicia y verán a qué cadena de sobresaltos nos veremos sometidos. ¡Oh sí!
Publicado en El Norte de Castilla el 26 de abril de 2017