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Del supremo secano

Algún día la vergüenza nos hará agachar la cabeza hasta hundirla en el esternón. Somos capaces de juzgar sin tener la más remota idea de leyes. Y hasta de condenar, si se da el caso. Somos abogados, fiscales y jueces del supremo secano. Después, la verdad puede soltarnos una enorme bofetada.
Como teníamos ahí tan a mano el caso de la manada, toda la información que íbamos absorbiendo se la aplicamos también al caso de la Arandina. Sin sentencia aún para el primero, ya hemos dictado la del segundo. Se nos olvida que son presuntos. Presuntas bestias o presuntos inocentes. Todavía inocentes. Cuando toda la investigación -en la que no participamos salvo fanfarroneando- la recopilación de pruebas y testimonios, el cotejo, las conclusiones, audios, vídeos, fotos y tuits sean puestos sobre la mesa para llegar a la verdad y haya una sentencia al respecto, podremos entonces ya pronunciar las palabras mágicas contra los acusados o contra los acusadores. Antes no, porque también nos convertiríamos en manada.
Pero manada somos en infinidad de ocasiones y como manada nos comportamos al menos una vez antes de que acabe el día. Salirse resulta difícil. Un gran puñado de reflexión ‘antes de’, no nos vendría nada mal. Y si añadimos una dosis de serenidad, mejor. Y una pizca de prudencia.
El que se sale de la manada y abandona al rebaño es Tizón, un mastín negro como su nombre. A él le dijeron que debía dedicarse al pastoreo, pero siempre soñó con ser actor. Varios paseantes alertaron en La Barranca (Navacerrada) de un perro que se desplomaba al acercarse a ellos. Pensando que estaba muerto, llamaron al número anotado en su collar y a emergencias. Ya le conocían. El policía local que atendió la llamada sólo tuvo que preguntar: “¿Es un mastín negro?”
Tizón finge estar muerto para que le acaricien. Es ver que se acerca alguien y sale al paso olvidándose de ovejas y silbidos del pastor. Una vez que los extraños le prestan atención, cae fulminado para ser objeto de mimos. “Es un cabroncete achuchable”, dice uno de los paseantes víctima del engaño canino. “Ya verá cómo, si se aleja, el perro se levanta y se va tan campante”. Y así fue. El agente tenía razón. Tizón es un viejo conocido de la poli.
Al que no le hacen gracia sus dotes interpretativas es al pastor. Ha tenido, incluso, que pedir a los paseantes que no se acerquen al perro. “Sí, divertido es, pero su misión es pastorear y no jugar”. Dicen que ha comentado que, si la situación persiste, tendrá que dejar atado a Tizón y no volverá a salir con las ovejas. Y razón tiene, pero no nos provocará sonrisas.
Mi gatita Marta hacía lo mismo. Desplomaba de golpe sus tres colores sobre la alfombra y permanecía inerte bajo las caricias de mi mano. Sólo un suave ronroneo y el calor de su pancita blanca me decían que estaba viva. Así 23 años, hasta que se desplomó para siempre, de puro viejita. Está en el jardín, junto a los agapantos.


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