Ni el oráculo más en forma y entrenado hubiera podido predecir el devenir de las elecciones al Ayuntamiento de Segovia. Ni la de muchos otros municipios y comunidades autónomas. El adivino hubiese necesitado tal desvergüenza en sus previsiones, que nadie acumula osadía suficiente en la vieja ciudad para hacer un pronóstico tan disparatado.
El acusado descenso del PSOE, dominador evidente del siglo en la Casa Consistorial de la Plaza Mayor, era imprevisible, pese a la decadencia que arrastra el poder ejercido tantos años. La subida del PP no se la creía ni la entrañable inocencia de su candidato, al que ha ayudado su boda el día antes de los comicios, aunque les parezca un argumento poco consistente y algo frívolo; pero los votantes tienen estas cosas, con ramalazos paternalistas y simpatía por la imagen ingenua. A Ciudadanos más o menos le han salido las apuestas generales, a IU por encima y a Podemos por los pelos; luego a Vox, lo contrario: han sido las cuentas del Gran Capitán, en las que muchos esperaban votos exorbitantes sin que estuviera justificado.
El pronóstico en la mayoría de los casos –confiese que también le pasó a usted– fue desatinado. Pero lo que nadie ha acertado es que el cambio de decorado en el escenario al bajarse el telón del primer acto, que fueron las elecciones, podría llegar a ser sorprendente.
Ya es inédito que se admita un recurso por supuestos errores en el escrutinio de algunas mesas electorales de la ciudad y esta eventualidad retrase la constitución del Ayuntamiento, pero aún más novedoso es la posibilidad de que el proceso suponga la modificación en el reparto de escaños y los que celebraban pasen a la sala de duelos y quienes lloraban, a la de fiestas.
«Video caelos apertos» –veo los cielos abiertos– que dijo San Esteban mientras una turba le martirizaba. Y así están PP y Ciudadanos, con los ojos elevados al cielo.