Hubo un tiempo en los que montar en un autobús urbano en Segovia llegó a ser un deporte de riesgo. Decían que era como ir a ‘Port aven-tussa’, en un juego de palabras con el parque y el nombre de la empresa concesionaria. Un día sí y otro ni se sabe, hace casi dos decenios, la flota de vehículos se hacía acreedora a un premio a la exactitud en averías y altercados.
Luego pasamos del negro del humo de los tubos de escape, al blanco del mundo feliz de Arahuetes, en el que cada autobús era un amigo y la joya de la corona municipal. Con el siguiente equipo municipal, vinieron de nuevo las penurias, porque nuestros queridos autobuses comenzaron a chochear. Y así hasta ayer, fecha en la que regresó la felicidad con la renovación de casi toda la flota.
Espléndida iba la novia, otra vez de blanco; y rumbosos los invitados a la boda ante tanta distinción. Pero miren que la dicha nunca es completa y menos en unas nupcias, siempre con algún defecto, ya sea en la ceremonia o en el convite. Y en este enlace también, porque al ir los convidados a leer en qué autobús habían de sentarse, resulta que los recorridos estaban escritos en letra tan pequeña que ni con lupa podían verlos.
He visto todo el día a segovianos que forzaban la mirada como unos japoneses y a estos que abrían los ojos como nunca. Será la globalización o la igualdad entre los pueblos, he pensado. Pero no, mucho me temo que ha sido un exceso de vista de quien ha escrito esos paneles en las paradas.