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Jaime Rojas

La canaleja, crónica social de Segovia

Mitos en diferido

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Uno posee sus mitos, sus fobias y sus filias y, por qué no, sus obsesiones. Actores, músicos, pintores, escritores, futbolistas o ahora los emergentes cocineros y bodegueros. Nadie escapa a esa condición humana de mitificar algo o a alguien, aunque no se lo merezca. Y yo, como usted, tengo los míos, héroes que me he labrado a mi manera en esta cabeza que no para de perder pelo. No sé si son los mejores, pero son los míos.
Hay mitómanos de manual o extravagantes; sinceros o de oídas y activos o simplemente gregarios de modas. Y hay quienes sienten su mito de verdad como algo suyo, lo que le pasaba a mi padre con la película ‘Casablanca’, que cumple 75 años de su estreno. Mucho tiempo, algo que facilita el aumento de la leyenda de una cinta que iba para obra menor y que se convirtió en la más amada de la historia, en palabras del director Billy Wilder. ¿Quién no ha visto Casablanca o al menos tiene referencias? Es difícil encontrar a alguien de cierta edad y formación que no sepa de su existencia.
La forma de fumar de Bogart, la cara dulce de Ingrid Bergman; el cinismo del capitán francés de policía; los entrañables camareros del café de Rick, la firmeza del líder de la resistencia o las duras facciones del oficial alemán forman parte de la memoria de quienes amamos Casablanca, por cierto una ciudad bastante insípida y sin la belleza de otras de Marruecos. Los salvoconductos, el cántico de ‘La Marsellesa’, las notas de ‘El tiempo pasará’ o la niebla en el aeropuerto no se despegan del recuerdo de quienes hemos visto mil y una vez la película. Y las frases, que repetimos y adaptamos, como el ‘siempre nos quedará París’, ‘esto es el comienzo de una gran amistad’, ‘tú ibas de azul y los alemanes de gris’ o la menos reiterada ‘por extrañas circunstancias los dos amamos a la misma mujer’, que mi padre alargaba porque sabía todos los diálogos por su oficio de empresario de salas de cine.
‘Casablanca’ nació en tiempos asesinos, lo que también ayuda a su mitificación. Como lo hizo hace cuarenta años otro de los iconos que anidan en mi memoria: ‘La chica de ayer’. Mientras hacía la mili en Valencia, Antonio Vega esbozó la canción de una generación, de una época también convulsa y que el paso del tiempo y la triste historia de su autor –a quien pude ver en el Juan Bravo en 2008, en uno de sus últimos conciertos– ha engrandecido. Uno se asoma a la ventana y parece ver a la chica que juega con las flores del jardín, mientras la cabeza te da vueltas en su persecución.
La película y la canción son leyenda, están en los altares de nuestro acervo colectivo, pero con un matiz: llegaron a instalarse en la cumbre años más tarde de su creación. Son mitos en diferido. Porque ni ‘Casablanca’ fue un éxito de taquilla, ni ‘La chica de ayer’ era la canción emblema de la movida, ni sonaba de forma generalizada. Fue después, como pasa con todo, cuando acomodamos el recuerdo y convertimos el sapo en un príncipe, al necesitar héroes. Y como el primer beso que suele ser sinónimo del mejor, quizá no nos gustó tanto. Pero son fantasías que no debemos romper, porque la profesión de ir desmontando mitos es tan triste como las caras de Humphrey y Antonio.

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Sobre el autor

Jaime Rojas, delegado de El Norte de Castilla en Segovia, nos contará, todos los domingos, la crónica social de Segovia, capital y provincia.


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