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Jaime Rojas

La canaleja, crónica social de Segovia

Nuestra fractura

canaleja

Cataluña lo monopoliza todo. En eso estamos de acuerdo. Tanta es la intensidad que del resto de los asuntos solo vemos la silueta y, además, en la lejanía. También convendrán conmigo en que respecto al monotema la preocupación principal de cualquier españolito sensato ya no es la locura actual, sino sus consecuencias. Que hubiera una consulta de la Señorita Pepis el 1 de octubre, una declaración de independencia de quita y pon o la situación judicial de los destituidos miembros del Gobierno autonómico, con la tocata y fuga de sainete de su presidente incluido, es baladí al lado de lo que ya está aquí y mucho me temo que va a crecer: la fractura social.
Los independentistas le darán a la cacerola con más fuerza y el resto de catalanes –la otra mitad, barretina arriba, barretina abajo– con el miedo perdido, pero con la precaución de que el vecino de estelada en el balcón no note sus ideas. Y la fractura que aumenta, que se extiende como una roncha sin que remedio alguno pueda sanarla. Enmendar el daño causado es tarea de titanes y no veo que contemos entre los ideólogos de la cosa pública con valientes quijotes que se enfrenten a esos molinos.
La fractura parece inevitable, como ocurre con otros asuntos en todos los territorios de las Españas. No tan avanzada como la catalana, pero sí con una creciente implantación, con ciudadanos de primera y de segunda, con viajeros en business y en turista, por el solo hecho de vivir en una parte o en otra. Sucede entre comunidades y entre provincias; y dentro de estas últimas, entre quienes viven pegados a las capitales o alejados de la urbe, en pueblos perdidos de la mano de Dios.
Es la fractura por los dineros, que también es social. Y así pongamos que hablo de Segovia y si nombro Trescasas, La Lastrilla, Torrecaballeros, San Cristóbal, Espirdo o La Granja deducen que son localidades del alfoz. Allí viven los segovianos con más poder adquisitivo. Lo dice Hacienda al desvelar los datos de renta media que aportamos, seguramente encantados, los contribuyentes que vivimos en municipios de más de un millar de habitantes.
Si hablo de Sepúlveda, Coca, Turégano, Santa María, Ayllón, Navas de Oro y Navalmanzano es mencionar a los pobres, a los últimos de una lista en la que influye de forma poderosa el trecho con la capital. En cuanto te alejas, el parné va disminuyendo y se abre una brecha que se agranda con la digital, sanitaria y otros servicios. Todo por el largo camino a la ciudad y como en el bolero, la distancia es el olvido. Y aunque en el pueblo se vive bien, en el mar de la tranquilidad, sobre todo en verano, nos empeñamos en acercarnos a la capital en busca de una oportunidad que la mayor parte de las veces es peor que la que dejamos atrás.
La fractura está ahí, es la nuestra, y aunque más limpia que la catalana no deja de ser dolorosa. Porque el dinero tiene solución, pero la imbecilidad de algunos es complicada de curar. Y mientras quede un solo descerebrado, siempre habrá peligro de enfrentamiento y de ruptura. Ojalá caiga un gran aguacero que limpie las cabezas y que llene de riqueza los campos de los pueblos. Igual así nos volvemos para el pueblo, que la ciudad y el alfoz no son para mí. Aunque se gane más.

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Sobre el autor

Jaime Rojas, delegado de El Norte de Castilla en Segovia, nos contará, todos los domingos, la crónica social de Segovia, capital y provincia.


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