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Jaime Rojas

La canaleja, crónica social de Segovia

El velo de las redes

Uno ha procurado en este oficio actuar con la máxima prudencia y con la prudencia como máxima. Exigido por el guion en atenerse a las normas de la profesión y, por supuesto, a las leyes generales que nos rigen en cada momento. Seguro que a usted también le ha pasado y en su trabajo ha abrazado y aún abraza la bandera de la moderación entre otros argumentos por sentido común y para que no le echen del mercado laboral. Si usted ha tenido o tiene un bar es muy probable que no se le haya ocurrido servir un vino a un niño de diez años. La prudencia así se lo ha aconsejado, claro.
Sin embargo, lo que en mi oficio ha sido cordura –o autocensura, como prefieran– ahora con las redes sociales y demás habitantes del mundo internet se ha sustituido por el vómito. A los del viejo papel se nos exige y a los que tratan de liquidarnos se les confiere inmunidad e impunidad para destrozar la vida a usted y a mí si les apetece. Seamos claros: yo mañana cuento aquí que un carnicero vende productos caducados y al día siguiente tengo una bonita querella y un futuro que me llevará al banquillo. Si cualquiera en la red además de asegurar que el carnicero intoxica a los clientes añade unos insultos es muy probable que tenga un destino diferente al mío y se vaya de rositas e, incluso, jaleado por sus congéneres tuiteros.
Estamos así en desigualdad de condiciones con eso que llaman periodismo ciudadano. La evidente falta de responsabilidad de las redes desmoraliza a quienes tratamos de evitar que este oficio se convierta en un recuerdo. Y no solo nos quita la ilusión, sino que nos entierra. Insulte, calumnie en el maravilloso mundo virtual y se encontrará que es trending topic, viral o la madre que lo parió. Mientras, los demás tranquilitos y sin pasarnos no vaya a ser que te digan que como oficio de dinosaurios que es el suyo te enseño el camino de la fiscalía, tan rancia institución como en la que usted trabaja, plumilla de las narices.
Pero no pierdo la esperanza de que para ellos se tornen las cañas en lanzas –no sé qué entenderán los del mundillo virtual con esta frase, porque igual me denuncian por desear que no les dejen beber– y el caminito al juzgado sea al revés y lo recorran algunos no por vía telemática, sino presencial y muy presencial. Lo espero en el caso de los insultos a Víctor Barrio y su entorno, y en otros que no conozco pero seguro que son de repugnancia parecida. Deseo verlo, oirles balbucear sus explicaciones y sudar la gota gorda al darse cuenta que se ha levantado el velo y su coraza de la red de redes ya no funciona.
En ese momento, además de la satisfacción por esa familia, también me alegraré por mi oficio y por el suyo, ya sea usted carnicero, hostelero, electricista o de la Renfe, que son profesiones con unas normas y, sobre todo, que se ejercen con prudencia, aunque sea solo por lo que te pueda pasar si incumples. Que decenios de mesura los han tirado por la alcantarilla los asquerosos del click, sabedores de que aquí no pasa nada si ellos se acuerdan de mis muertos y si yo lo hago en este arrugado papel no me libra ni la providencia. Espero sentencias para que los impunes dejen de serlo y a mi oficio le den un respiro con tanto calor.

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Sobre el autor

Jaime Rojas, delegado de El Norte de Castilla en Segovia, nos contará, todos los domingos, la crónica social de Segovia, capital y provincia.


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