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Jaime Rojas

La canaleja, crónica social de Segovia

El Acueducto disparado

Decir Acueducto en Segovia es convertir la palabra en mayúscula. Hablar del monumento romano es asegurarse una noticia y que todos los segovianos, aquí o en la diáspora, vuelvan sus ojos a las piedras más famosas de esta tierra. Decir Acueducto es marca Segovia, lo más universal de lo segoviano y de los segovianos. Y decir Acueducto es rentabilidad, son dineros que han dejado y dejan en la ciudad los miles de viajeros que vienen a verlo.
El último –o penúltimo, que nunca se sabe– que ha tenido a bien decir Acueducto lo ha hecho desde una perspectiva original: el coste de su construcción. Aquí recogemos los frutos dos milenios después, pero nunca nos habíamos parado a pensar que a los antepasados romanos la gran mole les costó un dineral. Un estudio se atreve a poner una cifra con un incremento importante del presupuesto inicial. Iba a costar 25 millones de sestercios y se disparó a 200 o, lo que traducido a hoy, de 40 a 320 millones de euros. Ocho veces más.
Y miren que me suena todo esto. Ya estoy viendo a los magos de las comisiones rondando a gobernadores corruptos para que el precio terminará cogiendo esa gran altura. No cuesta mucho imaginárselo en este tiempo en el que la modificación de obras en la contratación pública –así se llama el estudio que firma Jesús Antonio Rodríguez Morilla– no es una sorpresa. Entonces, con los romanos, dicen que también eran habituales. Nada nuevo bajo el sol en un mundo el de la picaresca en el que todo está inventado. En sestercios o en euros, con piedras para formar un canal por el que discurre el agua o con tuberías de pvc, en la Hispania romana supongo había más pillos por metro cuadrado que en todo el imperio.
Me encantaría conocer la biografía del que manejaba la caja para poder contarles una bonita historia de corrupción, de esas que nos dejan pasmados. Y un juicio posterior con una sentencia de las que también nos producen estupor. Pero no sería correcto que inventara en un asunto serio como este. Mi indignación con los romanos iría creciendo hasta el punto de que insultaría al sacrosanto Acueducto y no lo voy a hacer. Aunque sí les cuento un detalle: las piedras son de mala calidad, según otro estudio del que ya hablé en su día.
Ya ven, el coste multiplicado por ocho y con materiales de baja estofa. Ni el Acueducto respetan estos canallas. Y además no podemos pedir que devuelvan el dinero porque no sabemos quienes eran y quienes son sus deudos. Eso duele todavía más en las Españas donde es tradición linchar y pedir que le corten la cabeza al que sea, que ya nos pasamos la presunción de inocencia por los arcos del Acueducto. Muy nuestro, tanto como esta historia de aumentar el precio final de una obra y sisar en los materiales.
El asunto este del Acueducto disparado ya no tiene remedio. Alguna vez me había parado a pensar en cuánta gente moriría en su construcción, pero ahora ya tendré que reflexionar sobre el coste económico. Porque los romanos no estaban locos, simplemente eran unos adelantados a su tiempo y en esto como en tantas cosas también nos enseñaron el camino.

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Sobre el autor

Jaime Rojas, delegado de El Norte de Castilla en Segovia, nos contará, todos los domingos, la crónica social de Segovia, capital y provincia.


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