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Eduardo Roldán

ENFASEREM

Espíritu Sundance

El ciclo ‘La década prodigiosa. Cine Americano, Años 90’ presenta un epígrafe tan sugerente como laxo. Porque, y aunque acaso entre letras el espectador versado (como muchos de Seminci de hecho son) sospeche que los títulos elegidos se centran en obras que cabría aglutinar bajo el paraguas de un llamado <<espíritu Sundance>>, nada en el epígrafe asegura que haya de ser así, y quien quiera acercarse virgen al ciclo (la manera más saludable de acercarse, y más todavía en un festival) es probable se lleve, si no una decepción en cuanto a la calidad de las películas, sí en cuanto a la selección y en cuanto al hecho de que la década esté representada por una corriente que, aun de grandísimo interés, en absoluto es la única que contribuyó a que en justicia pueda aquella calficarse de <<maravillosa>>, como desde luego se puede.

                    the-playerEn efecto: la de los 90 fue también la década, y en no menor medida, en la que los surgidos en la de los 80 dieron sus obras de mayor mérito, sin las cuales la maravilla quedaría un tanto desvaída. Así los hermanos Coen, que alumbrarían, entre otras, las capitales Muerte entre las flores, Barton Fink, Fargo y El gran Lebowski; Jim Jarmusch, con Noche en la Tierra, Dead Man y Ghost Dog: El camino del samurái; o Tim Burton, con Eduardo Manostijeras, Ed Wood y Mars Attacks, por citar solo tres nombres bien conocidos cuya fibra artística se asemeja en gran medida a la de los veintiún elegidos del ciclo. Y eso sin olvidarnos de otros cineastas consagrados, señalados como padres fílmicos por la propia generación Sundance, que firmaron obras del calibre de Maridos y mujeres o Balas sobre Broadway (Woody Allen, cuya filmografía en los 90 merece por sí sola el calificativo de maravillosa); Uno de los nuestros y La edad de la inocencia (Martin Scorsese); o El juego de Hollywood y Vidas cruzadas (Robert Altman). Por último, grosso modo, habría que mencionar un tercer grupo de culpables del brillo cinematográfico noventero, también con el aura de independencia o rebeldía —etiquetas muy matizables— en sus proyectos, el de actores metidos a director: Tim Robbins (Ciudadano Bob Roberts, Pena de muerte), Mel Gibson (El hombre sin rostro, Breaveheart), o incluso un Clint Eastwood, que sin ser en modo alguno un debutante, sí refinó durante este periodo su voz autoral (Cazador blanco, corazón negro, Un mundo perfecto).

                  go-fishAcotado pues que el territorio a que nos referimos es el de la corriente surgida a rebufo del Sundance Film Institute apadrinado por Robert Redford, la nómina de los veintiuno tiene la virtud —hemos apuntado ya— de poseer un interés y una calidad fuera de cuestión, y la pega de los escasos descubrimientos con que el espectador medio va a encontrarse. Seminci ha apostado sobre seguro, que es una manera de no perder pero tampoco de recibir grandes dividendos: comenzando por la cinta que introdujo para siempre a Sundance en la topografía cinematográfica del público —Sexo, mentiras y cintas de vídeo, Palma de Oro en Cannes para un Steven Soderbergh con 26 años—, que aunque cronológicamente pertenece a la década anterior espiritualmente lo hace, por completo, a los 90/Sundance. Reservoir Dogs, Slacker, Clerks, Cómo ser John Malkovich… son títulos que, nacidos bajo el halo de la incertidumbre y la voluntad de riesgo, el tiempo ha terminado colocando, a muchos de ellos, en las estanterías de la Biblioteca del Congreso para su <<preservación>>. Con lo que no quiere sugerirse que el tiempo los haya barnizado en polvo, limado la frescura y la inventiva —de hecho, comparándolos con muchos de los actuales, no han hecho sino magnificarse en el recuerdo—, solo que están archivistos y además son de muy fácil accesibilidad (legal), algo que un festival que por presupuesto no puede competir con otros en concentración de (un teórico) glamur debería tratar de rehuir, para ofrecer en cambio propuestas más en el margen, y <<en el margen>> no tiene por qué equivaler a herméticas o esotéricas. Valgan como ejemplos Vivir hasta el fin (Gregg Araki, 1992), En compañía de hombres (Neil LaBute, 1997), Go Fish (Rose Troche, 1994) o Los hermanos McMullen (Edward Burns, 1995); es decir, cintas más en la línea de River of Grass, que pudo verse en el excelente ciclo ‘Inéditos. Talentos del siglo XXI’, proyectado en Seminci 2015, Trust, Poison y Barcelona. En cualquier caso, pertenezcan a la rama más transitada y accesible o a la menos, todos los títulos comparten una idiosincrasia, una franqueza y una claridad de ideas admirables.

easy-riders-raging-bullsQuizá por identidad geográfica, o por influencia del famoso par de libros de cotilleos de Peter Biskind, los cineastas del espíritu Sundance se asocian a ciegas a los del Nuevo Hollywood, y la influencia está ahí, pero se trata de una influencia, como se ha aludido, más en los planos estético y —justamente— espiritual —en un sentido de <<vivir para el cine>>— que en los de producción. Pues si bien es cierto que los Altman, Scorsese, Ashby y demás jinetes salvajes del NH liberaron muchos de los corsés narrativos y formales a que el cine de Hollywood se había acomodado, también lo fue que todos o casi todos ellos desarrollaron su labor dentro de la maquinaria de la industria y tras una carrera, antes de dirigir, asentada en la televisión o el séptimo arte (en otras funciones: montadores, directores de fotografía, etc.), o al menos tras una formación titulada, académica; y la razón de que los estudios les concedieran esa libertad inédita fue, en primer lugar, no por un convencimiento estético, artístico, sino por la ansiedad ante el abandono juvenil de las salas, en la creencia de que poner a esos barbudos tras la cámara haría regresar a los barbudos que pagaban la entrada a las butacas.

No es el caso de la generación Sundance, que, por decirlo con Tarantino, <<éramos capaces de robar a nuestros padres con tal de sacar nuestra primera película>>; o sea, una suerte de creadores del crowdfunding antes del crowdfunding. Los que tuvieron el talento y la fortuna no solo de sacarla sino de recibir atención pudieron hacer carrera, ya con el respaldo, en muchos casos, de una productora potente. Y es aquí donde aparece la figura sin cuyo empuje el cine americano de los 90 —y de las décadas sucesivas— jamás habría llegado donde lo ha hecho. Pero hablar hoy de Harvey Weinstein es más peligroso que hacerlo del ISIS, y además se nos acaba el espacio.

(El Norte de Castilla, 21/10/2018)

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Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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