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Eduardo Roldán

ENFASEREM

Apunte cine – Aurora. Un asesino muy común

Ese común a que se refiere la coletilla insertada por el distribuidor/rotulador español pretende hacer referencia no a que el asesino protagonista pertenezca a una gran familia y él, en concreto, a la rama más numerosa de esa familia, pues el ejercicio del asesinato no es sino una excepción humana; pretende definir, con confuso éxito, la apariencia anodina, gris marengo que presenta la fisionomía del protagonista y la falta de excepcionalidades en su devenir cotidiano. Cosa que no había que distinguir, pues justamente el asesino —sujeto excepcional, insistimos— se camufla casi siempre en una existencia casi invisible, común en el sentido más plano y rutinario del término.

El director/escritor de la cinta, Cristi Puiu, encarna a este omnipresente hombre sin atributos que asesina con la misma pasión con que enciende un cigarrillo o engulle directamente de la lata un bocado de atún; no obstante, no hay que caer en el error de confundirlo con un simple o con un psicópata —alguien que no siente el mal que está causando—. Este hombre, Viorel, tiene una motivación muy clara, unos objetivos perfectamente identificados; el problema, que no lo es en absoluto, es que aquella no se descubre hasta los diez minutos finales, de una cinta de 180. A lo que hay que añadir que los nexos causales y los porqués que justifican sus acciones son por lo general omitidos o apuntados oblicuamente, de modo que solo la mirada retrospectiva será capaz de ordenar lo presenciado; lo cual no minora en absoluto el placer ni hace que el espectador pierda interés en lo que va a suceder a continuación, al contrario: placer e interés se incrementan, por la razón, que tantos narradores en cine parecen hoy haber olvidado, de que explicar un misterio es arruinarlo. Igualmente se omiten, a la manera de Woody Allen en Match point, las imágenes de los, en teoría, <> del drama, las de los asesinatos; y es que no son necesarias. Una concepción que irritará sin duda a los fundamentalistas de lo explícito.

Como irritará la puesta en escena elegida por Puiu a todos aquellos que identifican la acción cinematográfica con una sucesión de volteretas de cámara, mejor cuanto más acusadas (suelen coincidir con los fundamentalistas de lo explícito). Aurora es una suerte de documental, el registro de la pura fisicidad del gesto, de la evolución del movimiento en el tiempo que le es propio. Un personaje es acción (e inacción: presencia), y la cámara de Puiu se “limita” a mostrarnos ese devenir con el mayor respeto, casi con timidez, con la mirada casi siempre en escorzo cuando se halla en interiores, como si le diera miedo asomar la cabeza del todo, a una prudente distancia cuando a cielo abierto.

Hemos dicho que el protagonista no es un psicópata, pese a la frialdad y minuciosidad, casi indiferencia, con que ejecuta sus acciones. Y no lo es porque se rige por un código moral que, aun desviado, se aplica a sí mismo con igual rigor que a los demás. Sin duda la causa de las muertes no justifica el asesinato —ningún asesinato tiene justificación—, pero él, una vez ha matado, lleva a cabo también la acción que había programado contra sí y se entrega a la policía. Un psicópata no haría esto nunca. Viorel asesina porque cree que tiene que hacerlo, para restablecer el sentido de justicia; el que este sentido esté deformado no quiere decir que no exista.

La única pega que quizá se le pueda poner a la apuesta de Puiu es la tendencia a dilatar en exceso ciertas escenas, aunque por otro lado así se contribuye a crear el clima de incertidumbre doméstica que sin duda busca. Aurora, en suma, es una película casi muda y casi perfecta, una de esas raras joyas que van ganando según se meditan más.

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Sobre el autor

Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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