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Eduardo Roldán

ENFASEREM

Fetichismo de cine

El cine es el arte de los objetos, de las cosas: cosas palpables, maleables, disparables. Cosas visibles. La pantalla muestra cuerpos que interaccionan con otros cuerpos o con objetos: los cogen, los tiran, los clavan en el corazón. Estos objetos o accesorios, en cuanto que entes materiales, no son nada más que un cuchillo o una pistola o un manojo de llaves, pero al introducirse en la historia que cuenta el film adquieren un significado, un contenido extra – que puede o no tener una función drámatica: la pistola puede dispararse en el momento en que el villano cruza la puerta y matarlo, o el anillo macizo estar en el meñique del gánster sin otra función aparente – que eleva al objeto de su mera condición física y le dota de un peso emotivo y simbólico, de una suerte de ánima o personalidad propia que desde ese momento lo distingue del resto de los de su especie. Igual que en cine la imagen siempre dice más de lo que muestra, el objeto supone siempre algo más que para lo que sirve. Tan presente es esa personalidad que el propio objeto modifica la de quien lo usa; el actor que se pone un sombrero dota al sombrero de personalidad, pero a la vez el sombrero cambia la del actor, en simbiosis fluyente y comunicante, a veces hasta el punto de que ya no entendemos a uno sin el otro. Recordemos la bola de El Bola, los naipes de muerte del teniente coronel Kilgore en Apocalypse Now o el tocado pervertidamente capitalista de Greta Garbo en Ninotchka, por ir recordando hacia atrás. ¿Puro fetichismo? Si se quiere. Y no hay nada de malo en ello: se trata de fetichismo porque a los ojos del espectador esos objetos tienen poderes, están vivos como el cuerpo del intérprete; no por nada definimos a nuestros intérpretes favoritos como actor o actriz fetiche.

Una muestra de casi 150 de estos objetos míticos puede verse hasta el día 30 al costado de SEMINCI. Es una ocasión inmejorable para comprobar su magnetismo y aura únicos y para que nos despierten el recuerdo. Ahora los santurrones del buenismo quieren borrarle a Bogart el cigarrillo digitalmente. Hacerlo sería como arrancarle la nariz o los ojos, como ponerle una careta de payaso al rictus de su desencanto.

(El Norte de Castilla – suplemento SEMINCI, 28/10/2011)

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Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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