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Eduardo Roldán

ENFASEREM

La pérdida del rito

En la mesa redonda que el pasado domingo tuvo lugar entre los reflejos cruzados de la Sala de Espejos del Teatro Calderón, el crítico y director de Cahiers du Cinéma España, Carlos F. Heredero, aludió al hecho incuestionable de que el cine ya no se halla >, restringido a ese santuario oscuro y compartido que hasta hoy – o hasta ayer, pues el hoy es hoy inevitablemente ayer – constituía la única Meca a que un cinéfilo podía dirigirse para apaciguar su vicio. Hay quien, no obstante, insiste en el rito, hecho simple y motriz, de ir al cine para ver cine; da igual que luego la película, como suele, lo decepcione, o que al lado le toque un roedor de cortezas que le arruine el dolby: se diría que lo que les gusta es más la peregrinación que la película. ¿Se trata de una mera cuestión de fetichismo, de ceguera voluntaria ante la realidad? ¿Realmente se pierde algo entre ver una película en una sala de butacas predispuestas o verla en la sala sin calefactar de un ático/cocina/dormitorio?

Se perdería si en verdad las butacas estuvieran predispuestas a mirar la sábana de plata. Indudablemente el rito compartido potencia la cosquilla del disfrute, pero cuando las cortezas se han convertido en el objetivo esencial de la peregrinación en lugar del atributo circunstancial de la película, entonces mal va a sentirse el vínculo del reconocimiento con el vecino de butaca, o sea con la sala. Porque al final la cuestión se reduce a la relación íntima que el espectador establece con la cinta, y esta, aunque enriquecida por el latido común del resto de espectadores, se quiebra en el momento en que el de detrás te pone las pezuñas en la chepa. Es un buen motivo – no menor – para aprovechar los festivales: que la gente va a la sala, sí, pero porque quiere ver la película. El otro es que, por desgracia, en estos megatemplos la oferta suele ser tan monocroma como en un bodegón al carboncillo. Y la duda entre ver un título apetecido en un ático helado, on-line y en un monitor de 17 pulgadas o no verla en una mullida y calentita sala comercial en una pantalla de HD tamaño piscina olímpica, para el cinéfilo simplemente no existe.

(El Norte de Castilla – Suplemento SEMINCI, 25/10/2011)

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Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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