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Eduardo Roldán

ENFASEREM

El mito con duende

Hoy, París le dedica una plaza y el mundo le dedica festivales, antologías, aplausos y tesis doctorales; los más grandes artistas de las seis cuerdas, sin distingos de raza o estilo, le señalan como una de sus más determinantes influencias; y Francia y Bélgica pugnan como dos gatas en celo por llevarse al agua el gato de su nacionalidad, asimilada o de origen. Nadie, hace cien años, hubiera podido imaginar este final de mito para el enfermizo niño que un matrimonio de gitanos trashumantes acababa de dar a luz en Liberchies con el nombre de Jean Baptiste Reinhardt. Artistas de variedades – cantante y bailarina ella; violinista, guitarrista y lo que se terciara él -, los padres de quien estaba llamado a incorporar a la paleta expresiva de la guitarra jazz una serie de elementos hasta entonces insospechados apenas pudieron proporcionar a su pequeño vástago otra educación al margen de la escuela de la vida, de su vida. Con doce/trece años el joven apodado Django apenas si sabía leer y escribir, y ese analfabetismo se perpetuaría, en el terreno musical, durante toda su vida: jamás pudo leer una nota o un acorde, pero tampoco puede decirse que le hiciera mucha falta o que él lo echara en falta; como un Mozart sin estudios, era capaz ya entonces de reproducir cualquier tonada con sólo oírla una vez, y a partir de esa primera escucha – y esto es lo que aquí interesa – improvisar variaciones de una originalidad inagotable y sorprendente. Django, resumiendo, había nacido con duende.

Pero no basta con un capricho de la Naturaleza para forjar un mito, no basta con un don otorgado si ningún escollo en el camino lo pone a prueba. El mito Django conoció su particular prueba de fuego – nunca mejor traído – con el incendio que sufrió su carromato en 1928, con él en la frontera de la mayoría de edad. El fuego le malogró severamente – además de su pierna derecha, que se negó se la amputaran – dos dedos de la mano izquierda, al punto de que los doctores estimaron que jamás podría volver a tocar la guitarra. La Historia acabaría demostrando el gigantesco error de su diagnóstico, pero hay que decir en descargo de los doctores que no todos los días se topa uno con un mito, y que el aspecto del paciente en nada ayudaba, ni mucho menos, a percibir el germen de un futuro residente del Olimpo. Django, haciendo honor a su apodo, que viene a significar “despierto”, tuvo pues que despertar y desarrollar una técnica ad hoc para su mano lisiada, ulterior garfio de magia. Cabe quizá imaginar qué hubiera terminado diciendo esa mano con cinco dedos plenos, pero no cabe lamentarse: lo que dejó dicho con tres es un monumento irrepetible.

El otro suceso capital para entender la forja del mito es el que en el año 1934 lleva a Django a contactar con el violinista Stéphan Grappelli. La escena del encuentro debió de ser algo así como cuando Joyce y Proust coincidieron en el salón de una de las marquesas que acabarían poblando el mundo de Guermantes, sólo que todo lo contrario: un par de temas bastaron para demostrar que las cuerdas de sus respectivos instrumentos estaban condenadas a entenderse. Juntos formarían el celebérrimo quinteto del Hot Club de Francia, tan original en su formación (integrada exclusivamente por instrumentos de cuerda: además del violín y la guitarra solistas de los dos genios, otras dos guitarras de acompañamiento y un contrabajo) como en su propuesta musical. Mezclando elementos de la música zíngara, del blues, del folk napolitano o búlgaro, y sin dejar nunca de agitar el cóctel al ritmo del swing más infeccioso, la fama musical del quinteto consiguió la proeza inédita de saltar el charco y que los músicos del lado de allá comenzaran a fijarse en los del lado de acá. De esa feliz fusión seguimos disfrutando todavía.

Django fue el primer extranjero en influir en la única forma artística genuina que ha dado Norteamérica. Aún hoy sigue inspirando la creación y la búsqueda de músicos de todo el mundo, de seguir levantando, para acabar rindiéndolas, cejas integristas que sólo entienden el jazz en un molde preciso, justamente el jazz que es tan sin moldes. Su legado guitarrístico supone obligada referencia para todo el que empuñe una guitarra con intención de sorprender y sorprenderse, pero su espíritu musical, mucho más importante, esa cualidad viva, palpitante, infantil y sonriente de su música, ha logrado saltarse los límites instrumentales y calar en músicos tan en las antípodas aparentes como Don Cherry o Chick Corea. Y no sólo los limites instrumentales. El espíritu de Django es ante todo un espíritu de celebración, y, como corresponde a los mitos, el tiempo ha desbordado su esfera originaria, musical. No sólo el exquisito John Lewis le dedicó una de sus composiciones más hermosas; también Woody Allen le dedicó una película por nombre interpuesto, y hasta uno mismo, con menos talento pero igual devoción, un breve poema de tres versos.

(La sombra del ciprés, septiembre 2010)

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Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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