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Esperanza Ortega

Las cosas como son

¿Las estrellas no mueren?

No es que las estrellas sean eternas exactamente, aunque sí lo son cuando las incluimos en la idea de tiempo de los seres humanos. Dicen que muchas de las que hemos visto temblar esta noche ya habían muerto hace millones de años, pero están tan lejos, que su imagen perdura en nuestra retina porque la noticia de su muerte viaja más lentamente que la velocidad de la luz. Esto es lo que pasa también con las estrellas de Hollywood, eternas en nuestro recuerdo, brillando con el mismo esplendor que la primera vez que las vimos ¿Acaso ha muerto Paul Newman, Cary Grant, James Stewart, Speencer Tracy, Humphrey Bogart, Clark Gable, Montgomery Clift o John Wayne? Conteste con la mano en el corazón, ¿de verdad cree que estas estrellas han dejado de brillar? No, ellas ni mueren ni envejecen, a no ser que demos más crédito a los medios de comunicación que a sus películas, en donde siguen estando tan lozanos como siempre. Es más, fueron intemporales desde que se asomaron a la cámara por primera vez.  Esto fue lo que dijo de Kirk Douglas  la Academia de Arte Dramático de América con ocasión de la concesión de un premio: “Su talento comienza en la planta de los pies y puede llegar más allá de las estrellas”. Y una prueba de su intemporalidad, acrecentada por su lejanía, es que todas las generaciones los admiramos -y algo más- desde nuestras abuelas hasta nuestras hijas. Por ejemplo, mi madre presumía de recordar la llegada del cine sonoro y el vuelo del Plus Ultra, cuando una avioneta española atravesó por primera vez el Océano Atlántico, pero coincidía conmigo en que no hubo nadie, nadie en todos los tiempos tan atractivo y conmovedor como Kirk Douglas en Espartaco.  Esta “transgeneracionalidad” de las grandes estrellas de cine es lo que nos hacen eternos a ellas y a nosotros, los espectadores, jóvenes de todas las edades, cuando nos sentamos en una butaca en la oscuridad y volvemos a ver sus rostros adorables.  Por eso mismo no pueden morir, porque en ellos reside el recuerdo de los vivos y los muertos. El domingo los periódicos se hacían eco de una misma noticia:  Kirk Douglas había celebrado sus ciento dos años. Miré su fotografía actual  y me pareció caracterizado por necesidades del guion para una película de miedo, pero distinguí entre aquel destrozo sus ojos vibrantes con una burla un tanto altanera, propia de un moderno indignado: “¡Yo no me rindo!”, seguían diciendo aquellos ojos de esclavo sublevado, los ojos del izquierdista que siempre fue, es y será Kirk Douglas.  No te preocupes, Espartaco, todos somos ídolos de barro y muchos hemos comenzado ya el regreso de nuestro sendero de gloria, pero al menos tú sabes que Tony Courtis te seguirá esperando con su cara de angelito guasón en el más allá, donde recuperarás el torso glorioso de gladiador que hizo estremecer a nuestras abuelas y hará estremecer a nuestras nietas. Y sin embargo, qué pena que esa eternidad no dure más que las dos horas que dura una película, aunque en esas dos horas nos traslademos al tiempo del relato, en donde en diez minutos puedes pasar de ser un esclavo a ser un caudillo insurgente, y en otros diez minutos a morir en la Cruz. ¿Están llorando acaso? Pues enjuguen las lágrimas porque en la pantalla ya aparece la palabra FIN, y Espartaco vuelve a ser Kirk  Douglas, y nosotras salimos del cine pensando que todavía nos quedan por ver muchas películas. Así hemos llegado hasta hoy, envejeciendo como nuestras estrellas inalterables, lejanas y temblorosas igual que el primer día.

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Sobre el autor

Esperanza Ortega es escritora y profesora. Ha publicado poesía y narrativa, además de realizar antologías y estudios críticos, generalmente en el ámbito de la poesía clásica y contemporánea. Entre sus libros de poemas sobresalen “Mudanza” (1994), “Hilo solo” (Premio Gil de Biedma, 1995) y “Como si fuera una palabra” (2007). Su última obra poética se titula “Poema de las cinco estaciones” (2007), libro-objeto realizado en colaboración con los arquitectos Mansilla y Tuñón. Sin embargo, su último libro, “Las cosas como eran” (2009), pertenece al género de las memorias de infancia.Recibió el Premio Giner de los Ríos por su ensayo “El baúl volador” (1986) y el Premio Jauja de Cuentos por “El dueño de la Casa” (1994). También es autora de una biografía novelada del poeta “Garcilaso de la Vega” (2003) Ha traducido a poetas italianos como Humberto Saba y Atilio Bertolucci además de una versión del “Círculo de los lujuriosos” de La Divina Comedia de Dante (2008). Entre sus antologías y estudios de poesía española destacan los dedicados a la poesía del Siglo de Oro, Juan Ramón Jiménez y los poetas de la Generación del 27, con un interés especial por Francisco Pino, del que ha realizado numerosas antologías y estudios críticos. La última de estas antologías, titulada “Calamidad hermosa”, ha sido publicada este mismo año, con ocasión del Centenario del poeta.Perteneció al Consejo de Dirección de la revista de poesía “El signo del gorrión” y codirigió la colección Vuelapluma de Ed. Edilesa. Su obra poética aparece en numerosas antologías, entre las que destacan “Las ínsulas extrañas. Antología de la poesía en lengua española” (1950-2000) y “Poesía hispánica contemporánea”, ambas publicadas por Galaxia Gutemberg y Círculo de lectores. Actualmente es colaboradora habitual en la sección de opinión de El Norte de Castilla y publica en distintas revistas literarias.