¿Han visto cómo aplaudían a Cristina Cifuentes sus compañeros de partido? No me extraña, porque esto de aplaudir es contagioso, sin duda. A mí me encanta aplaudir sobre todo en el teatro, cuando estoy en las primeras filas y tengo delante a los actores, ¡cómo te lo agradecen con la mirada mientras saludan una y otra vez! Con lo poco que cuesta…. Aunque el aplauso más sentido es el que se daba hace tiempo en los aviones interoceánicos, cuando se llegaba a Europa desde un país de Sudamérica. En mi último viaje a México ya no sucedió, pero hace unos años era una práctica común la de que los viajeros aplaudieran al piloto cuando daba fin al aterrizaje y el avión se paraba ¡Por fin!, después de tomar tierra. Alivio y gratitud, eso era lo que expresaba aquel aplauso unánime y cerrado. En el polo opuesto, el aplauso más triste es el que se dedica al difunto en un entierro civil. Se debería patear a la muerte por llevarse al pariente o al amigo, patearla con rabia y rencor, pero se aplaude al muerto para agradecerle el tiempo que estuvo con nosotros, vivo. Volviendo a los aplausos, los más ridículos que he visto últimamente son los que dedican los coreanos a su “amado líder”. Aplauden con tanto furor y durante tanto tiempo que llegan a levantarse la piel de las manos. Aunque en el caso de los coreanos se entiende su vehemencia en el vitoreo, pues más de uno ha sido fusilado debido el poco entusiasmo que denotaba la tibieza de sus aplausos. Y a los militantes de PP, ¿con qué les amenazarán para que aplaudan de esa manera tan unánime y compulsiva?, ¿qué les lleva a aplaudir con tanto entusiasmo sobre todo a sus compañeros más presuntamente corruptos?, ¿será que desean dejar en ellos un buen recuerdo antes de leerles la sentencia de muerte política? Sí, en el PP hay gente de verdad muy compasiva. El último aplauso sonado, sonadísimo, ha sido el que recibió Cristina Cifuentes en la convención de Sevilla. A ella le dedicaron no un aplauso sino lo que se conoce con el nombre metafórico de “salva de aplausos”, que es el que usan para despedir con cariño a sus compañeros cuando han sido nominados y se tienen que marchar para siempre del escenario, antes de sentarse en el banquillo. ¡Eres la mejor!, ¡Te queremos, Cristina!, ¡Ninguna como tú! -aunque mañana mismo recoges los bártulos, así lo mandan las reglas-. El mensaje está claro, pero hay que reconocer la maestría con que aplauden en ese partido. Son tan acordes que cualquiera diría que están realizando un trabajo remunerado mientras chocan sus palmas la una contra la otra con tesón, en medio de la algarabía. Nerón, el romano, contrataba a grupos de hasta 5000 personas para que le aplaudieran en público, pero en el PP lo hacen gratis, por afición, y denotan en el aplauso una satisfacción solo comparable con la de los “diputados en cortes” de la Dictadura, cuando aplaudían al Generalísimo. ¡Qué placer tiene que dar aplaudir de esa manera! Me lo estoy imaginando y me da un gusto… Pero para disfrutar de ese placer hay que ser del PP y tener delante un presunto corrupto o presunta corrupta que sepa recibir las ovaciones. Y haber hecho previamente un máster en aplausos, en la Universidad Juan Carlos I, a poder ser.
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