¡Por fin llegó la lluvia y la nieve! Esperemos que sea en grado suficiente para que se remedie el desastre producido por la severa sequía que padecimos en los últimos tiempos. Aunque la sequía nos descubrió algunos de los tesoros escondidos debajo del agua que guarda nuestra historia reciente. Me refiero a la multitud de pueblos anegados que emergieron al bajar el nivel de los pantanos. Las primeras en aparecer son las torres de las iglesias, las mismas que un día convocaban con sus campanas al pueblo hoy desperdigado, desaparecida su comunidad de sueños y de afectos. Cuando veo las ruinas de estos campanarios me acuerdo de “Historias de Alcarama”, libro en donde Abel Hernández revive su infancia en Sarnago (Soria), anegado no tanto por el agua como por la pobreza y el olvido. Uno de sus mejores capítulos se titula precisamente “Las campanas”. Mientras lo leemos, sentimos cómo su tañido nos convoca a una romería imposible. La buena literatura puede hacer resucitar a los muertos y resurgir los pueblos de las aguas, al menos durante el tiempo que dura la lectura. Y no solo ocurre con los libros de memorias, también lo logra en algunos casos la literatura de ficción. Al hablar de los pueblos sumergidos es inevitable que me venga a la memoria el recuerdo de Valverde de Lucerna, el pueblo imaginado por Unamuno, en donde transcurre la historia de “San Manuel Bueno y mártir”. “Campanario sumergido/ de Valverde de Lucerna/ toque de agonía eterna/ bajo el caudal del olvido”, decía Unamuno en uno de sus poemas. La idea de escribir esta novela se la dio una leyenda que oyó contar en un viaje al Lago de Sanabria. Este relato hizo que apareciera en su imaginación el lago por cuyas orillas paseaba cavilando, como un nuevo Hamlet, el párroco del pueblo de Valverde de Lucerna. ¿Qué hubiera escrito Unamuno de haber visto la torre de la Catedral de los Peces, que flota entre las aguas del pantano del Ebro? Es como llaman a la Iglesia de Villanueva, pueblo anegado en 1952, al igual que otros siete ayuntamientos contiguos. España es tierra de pantanos, a Franco le fascinaban estas obras civiles. A una dictadura le es más fácil que a un régimen democrático “convencer” por las buenas o por las malas a los vecinos para que abandonen el mundo en que nacieron y vivieron ellos y sus antepasados. En algunos casos se construyó un pueblo gemelo en las cercanías al pantano, como pasó con el de Belesar (Lugo), pero en la mayoría fueron el dinero y las amenazas de destrucción masiva los que expulsaron a sus habitantes de las casas. Eso es lo que sucedió en el embalse de la Almendra (Zamora) que anegó al pueblo de Argusino . Hoy todavía se acercan los descendientes de sus antiguos habitantes a dispersar las cenizas de sus padres sobre las aguas del embalse, para que su espíritu descanse con el de sus abuelos y tatarabuelos, que duermen bajo el cementerio sumergido. La historia de España está llena de muertos sin sepultura y pueblos fantasmas. Cada día surge una torre que nos recuerda lo que fuimos y espera que un escritor cuente la historia completa de esta patria ahogada entre el odio y la melancolía. Pero vuelve a nevar, y la memoria vuelve a borrarse, esperando que otra sequía avive nuevamente la hoguera del recuerdo.
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