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Ellas

Se llaman Agnes, Deepa, Allice, Somaly, Shirin, Ada, Helena, Nawal, Amelia, Caddy, Georgina, Rosa Mª, Malalai, Teresa, Shula, Ouka.

Se llaman Olayunka, Carmen, Michaela, Diana, Najat, Luz Marina, Lorella, Maribel, Ingrid, Isatou, Svetlana, Marieta, Juana, Pilar.

Se llaman Navanethem, Victoria, Melinda, Marifé, Bahijjahtu, Manuela, Leymah, Beatriz, Gamila, Mayte, Ginny, Ana, Eloísa.

Se llaman Halla, Magodonga, Emma, Gina, Mayerlis, Vicky, Rosa, Fatana, Danays, Eufrosina, Getrude, Lourdes, Marta, Begoña, Montserrat, Isabel, Theresa, Tetyana, Karen, Elisa…

Ser mujer no es lo único que las une. En muchos casos las une el dolor. Pues la mayoría arrastran historias duras de discriminación, de persecución política o racial, de haber sufrido en sus carnes o en las de sus allegados el terrorismo, el exilio, la condición de refugiadas.

Pero ninguna de ellas se puede considerar una víctima, pues todas tomaron en sus manos la única bandera posible, la de la empatía y la solidaridad con el prójimo y la tierra que nos acoge. Decidieron trasmutar su rabia en trabajo por la comunidad y emplean su tiempo en procurar un mundo mejor a los que las rodean y a los que vendrán. Para ellas, las fronteras entre países son solo convenciones que unas veces salvan y otras matan, pero que nunca estarán por encima de sus objetivos, pues saben como nadie que todos, todos, somos iguales.

De todas ellas, las más favorecidas, dedican su tiempo desde la universidad, la política, el periodismo o el activismo ciudadano a poner en práctica eso que a veces se queda en bienintencionados programas que se lleva el viento: a intentar cambiar el mundo. A mejor, obviamente.

Las hemos ido conociendo a lo largo de los últimos nueve años en una cita singular, de la que suelo hablar en este espacio pues nunca se sale indemne de ella. Por el contrario, una mezcla de esperanza, de paz y de ansiedad al mismo tiempo me sacude en cada edición, por leve que sea mi paso por sus sesiones.

Hablo de los Encuentros de Mujeres que Transforman el Mundo que año tras año se celebran en Segovia bajo el amparo del Ayuntamiento de la ciudad. De sus protagonistas. Nueve años ya aprendiendo, conmoviéndonos, dejándonos calar por el testimonio de quienes han decidido no esperar a que nadie les arregle la vida, que otros han destrozado o herido seriamente.

Cada año a su término pienso lo mismo. Si sus nombres, sus historias, su ejemplo, ocupara más tiempo en los informativos, en los medios y en las redes, en lugar de que estos reproduzcan hasta el infinito la irracionalidad de quienes siembran el odio, la cizaña, el racismo y la intolerancia; si estuvieran sus palabras en lugar de las palabras de quienes bajo banderas patrióticas nos quieren devolver al oscurantismo que creíamos superado, y las de quienes alientan crímenes contra la humanidad, este mundo empezaría a caminar hacia un lado más justo, más vivible. Sin duda, con más luz.

Larga vida a este Encuentro.

 

(Columna perteneciente a la serie ‘Días nublados’ publicada en la edición impresa de El Norte de Castilla el 21 de marzo de 2019)

Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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