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Rosana Acquaroni regresa a la casa común de la infancia

RESEÑA DE ‘LA CASA GRANDE’

Parece difícil salir de la lectura de ‘La casa grande’ indemne. Pues no en vano todos hemos atravesado ese pasillo eterno de la infancia. Rosana Acquaroni (Madrid 1964) nos traslada en su último poemario a esa patria que todos compartimos y abre las ventanas de ese improbable refugio para que entre la luz y el aire. Mirar de frente, despejar la memoria de las trampas que la suelen hacer más soportable o más fotogénica es un ejercicio valiente que no tiene por qué dar un buen resultado literario. Pero cuando lo da, cuando se unen valor y verdad es difícil que el lector no se sienta concernido. Qué es la verdad en una obra de creación es asunto mil veces discutido, casi ya resuelto, pero no por ello menos escurridizo, o envuelto en capas de niebla. No es desde luego la concordancia con hechos biográficos o ‘históricos’, aunque pueda haberla, sino algo mucho más contundente, una relación entre el autor y la obra que evita demagogias, artificios vacíos o sonoridades estridentes. Supone estar dispuesto a entrar en un bosque intricado en el que cada lector o lectora, cada ‘lectura’, diría mejor, habrá de buscar su propia luz.aquaroni-baja

‘La casa grande’ tiene luz en medio de las sombras de ese pasillo casi siempre oscuro, “Atardece en la casa/ y el pasillo se vuelve/ sinuoso y eterno. // Yo soy aquella que se esconde/ en el fondo del cuarto”. Porque no hay mejor manera de iluminar el pasado que la de enfrentarse al fin a las fotografías en blanco y negro de la infancia e intentar descubrir detrás de las miradas francas de los rostros aún sin conformar del todo, los primeros miedos, las primeras decepciones, descubrir pronto que los cuentos de hadas no existen ni siquiera en las habitaciones destinadas a la protección de esos primeros años de vida, “Soy hija de la noche/ no busco tierra firme/ para poder crecer”.

Acquaroni, poeta que tiene en su haber varios libros, un accésit del premio Adonais (‘El mar bajo los puentes’) y el premio Cáceres Patrimonio de la Humanidad (‘Cartografía sin mundo’), nos lleva a la España de los años oscuros del franquismo, donde las mujeres debían conformarse con estrechos destinos, ocultar(se) sus verdades más íntimas. Nos muestra una infancia marcada por la soledad, por una madre a ratos ausente, a ratos enferma, a ratos llena de luz, de amor prohibido y de secretos, que apenas se vislumbran en armarios clausurados al fondo del pasillo. Y como en el resultado de un buen psicoanálisis, con el que la autora guarda una estrecha relación, se concede al fin la posibilidad de habitar esa casa, de ser la niña que mira seria y asombrada a su propio futuro, restañar con palabras las heridas, “Madre/ he venido hasta aquí a restañar tus ataduras// a contener el frío alojado en tu boca. // Soy la hija/ que te aguardó despierta cada noche/ y que ahora regresa/ para lavar tu lengua/ de la herida silente”.

Emocionante poemario que ve la luz en el sello Bartleby, uno de esos milagros editoriales que acaba de cumplir veinte años de vida dedicados a la poesía.

Fotografía: La autora de ‘La casa grande’, Rosana Acquaroni

 

(Reseña publicada en ‘La Sombra del Ciprés’, suplemento literario de El Norte de Castilla).

Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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