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Francesa Woodman, por sí misma

Una exposición en el Patio Herreriano muestra la radicalidad  y originalidad de la fotógrafa norteamericana

 

Para apreciar las fotografías de Francesca Woodman (Denver, Colorado, 1958-Nueva York, 1981) hay que acercarse mucho a ellas. Física y mentalmente. Lo primero es cuestión de tamaño: sus fotografías son todas de pequeño formato y están llenas de detalles que se escapan no solo en la distancia sino en una mirada superficial. Lo segundo requiere una mayor explicación: sobre el significado de sus imágenes, misteriosas, oscuras, dotadas de una a veces inexplicable belleza  se ha especulado mucho. Están hechas por una mujer muy joven, que se suicidó a los 22 años, que dejó unas 800 fotografías y poco testimonios escritos sobre su arte.

Uno de los aciertos de la exposición que estos días ofrece el Patio Herreriano en Valladolid es advertir al espectador de que intente no mirar estas obras a la luz de la biografía de su autora y de su trágico final. Porque aunque es fácil vincular la soledad, incluso el dolor soterrado que transmiten algunas de las imágenes que forman parte de la exposición y, en general, de su legado, a lo que sabemos de su depresión y de su final lo cierto es que si no se supiera el dato de cómo decidió abandonar este mundo, sería más fácil analizarlas en toda su complejidad, abordando los muchos caminos que propone la artista.

Woodman se fotografió de forma obsesiva a lo largo de su corta carrera. El cuerpo femenino es asunto capital en su obra y el suyo era el que estaba siempre disponible. El cuerpo que no el rostro, que a menudo tapaba, difuminaba o escondía sobre todo en las imágenes en que aparece desnuda. La interpretación feminista de su trabajo ha sido motivo de debate. Hay quienes conectan sus planteamientos con los movimientos feministas de los setenta, pero también quien afirma que no existía la menor relación en su trabajo con cuestiones de género. Con todo, es difícil no hallar elementos reivindicativos en esas imágenes en las que la mujer desnuda no tiene rostro, que a menudo aparece vestida o desnuda en un lugar incómodo (¿incómodo o inestable como la situación de la mujer en la sociedad de su tiempo?), sucio, en las esquinas de habitaciones vacías, o en situaciones inquietantes. ‘Noviembre ha sido un barroco ligeramente incómodo’ es uno de sus misteriosos títulos en sus igualmente misteriosas composiciones. Imposible no hacer interpretaciones de género en un planteamiento que rompe con muchos estereotipos sobre la mirada al cuerpo femenino y que lo hace como en otras artistas de características opuestas pero que partieron de la misma autorreferencialidad (el caso de los autorretratos de Frida Kahlo, sin ir más lejos) desde la afirmación del yo. Aunque en su caso, haya un juego de exposición y ocultación en el mismo acto fotográfico.

Otros dos elementos tienen una especial significación en sus fotografías, por un lado las manos, como una seña de identidad, y, por otro, los espejos que establecen diálogos, consigo misma o con la imagen que de la mujer se forman los hombres: ‘Nadie puede verme como me veo yo’ o ‘Una mujer es un espejo para un hombre’ son otros dos de sus escasos títulos.

Drama

Lo que es innegable es el carácter dramático de sus exposiciones. Woodman ‘construía’ espacios inquietantes, oscuros, decadentes, en algún sentido, góticos. Una puesta en escena que le acerca a un arte conceptual y que la situaría en la vanguardia de este movimiento y que la conectarían con otras artistas que como la española Esther Ferrer, han hecho de su cuerpo un discurso fotográfico, aunque en este caso el planteamiento feminista es innegable. También son evidentes en la obra de Woodman las huellas del surrealismo. La poderosa serie ‘Sobre ser un ángel’ tiene fotografías que remiten a obras como ‘Ser andrógino’ de Remedios Varo.

Fotografías cuyo mejor destino es un libro, como vehículo para su mejor ‘degustación’. Ella era consciente e intentó que alguna editorial corriera el riesgo pero apenas consiguió una publicación en vida, y es una carencia que aún no ha sido suficientemente satisfecha. La exposición del Patio Herreriano merece más de una visita. Y sí, hay que hacer caso de la advertencia inicial. En este caso el suicidio solo nos hace preguntarnos cómo hubiera evolucionado la obra de una  artista con un mundo tan original y con tantas cosas que decir.

 

Artículo publicado en el suplemento cultural de El Norte de Castilla, La Sombra del Ciprés, el sábado 18 de marzo de 2017.

Las fotografías que lo acompañan pertenecen a la muestra del Patio Herreriano

Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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