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Veneno sólo para adictos

LA REVISTA VENENO, VINCULADA AL LLAMADO ‘GRUPO DE VALLADOLID’, HA CUMPLIDO 30 AÑOS ¡Y SIGUE!. EN ‘LA SOMBRA DEL CIPRÉS’ CELEBRAMOS EL CUMPLEAÑOS Y SOBRE TODO LA SUPERVIVENCIA

Hay algo táctil, emocionante y hasta misterioso en la acción de desdoblar un folio cuando sabemos que dentro espera un poema. Es en sí una acción poética. De pequeños pero significativos detalles como éste está hecha la revista ‘Veneno’. Treinta años, varias ‘sedes’, 177 números… son sus credenciales. “Una historia de supervivencia” dice Francisco Aliseda, su alma mater, el que ha mantenido viva la llama, a pesar de las vicisitudes y de los cambios de residencia, para que algo tan frágil (lo es siempre una revista de poesía, ésta, además, lo es por su concepción material) se mantenga. Se mantiene también porque desde siempre ha sido una empresa colectiva.

A Francisco Aliseda, Egidio Huerga y Secundino Naves pertenecen las manos que empezaron a doblar ‘venenos’, una lejana tarde de verano de 1983 en Palencia, aunque hasta el traslado de Aliseda primero a Bilbao y luego a Andalucía siempre se imprimió en Valladolid, en Reprografía Mata, por más señas. Doblar un folio en cuatro partes esa era la contracultural acción que encendía los motores por los cuales llegaba a puntos bien dispares de la geografía en una época en que imprimir tenía como apellido el sistema ‘off set’ y el correo, sobre y sello incluido, era la vía de comunicación por la que se hacía llegar el veneno a los adictos.

Porque siempre, salvo la penúltima etapa en la que estuvo vinculada al Centro de Poesía Visual de Peñarroya, la revista se hizo a mano, una por una, y todas distintas. Ahora se diría ‘tuneadas’. Ningún propietario de un número atrasado (se guardan como un tesoro, me consta y sus propietarios forman un club o una secta literaria casi secreta) tiene el mismo número. Son las mismas palabras, son las mismas ilustraciones, tienen la misma la maqueta pero en todas hay algo que las personaliza. 200 veces ‘personalizadas’. Podía ser un billete de metro, una hoja de álamo, una pequeña flor, un paquete arrugado de tabaco Jean, un trocito de madera, uno de esos modelos recortables que usaban las niñas para vestir a sus muñecas de papel. El pintor y grabador Marco Temprano tuvo la paciencia de pintar 200 pequeñas piedras y convertirlas en unas sorprendentes mariquitas, para uno de eso milagros primerizos.

Pegadas a cada número hay pequeñas historias, como se pegaban esos leves elementos diferenciadores. Porque cada autor una vez asumido el qué y el cómo (“como era algo un poco enloquecido costaba entenderlo, o quizá no, quizá era sencillo de entender”) se volcaba. Es lo que tienen las aventuras diferentes, si llegan a enganchar es para siempre. Ullán lo entendió rápido. Pero también Francisco Pino. El poeta del Pinar de Antequera estaba ya en el número 10 de la revista. “Era sorprendente su generosidad Ahí estaba alguien como él de una trayectoria tan poderosa volcado con nosotros”, recuerda su promotor que desde la localidad onubense donde vive asiste emocionado, una vez más, al comprobar el interés que despierta una aventura que “nació como respuesta a la falta de medios de producción litararia alternativa que había entonces no solo en Valladolid sino en toda España”.

Así, se cuela en la conversación una España diferente, de principios de los ochenta, con todo por hacer. Distinta pero con una sensación de precariedad que puede compararse de alguna manera con el tiempo actual, precisamente este tiempo en que ‘Veneno’ vuelve a ser lo que fue siempre: ese hoja tamaño Dina4 (el folio sobrevivió unos pocos números) doblada en cuatro partes. Miguel Casado y su poema coloreado a mano, número a número otra vez, son los protagonistas del regreso.

Una España diferente sí. Y un Valladolid de una efervescencia cultural pero sobre todo plástica y literaria magnífica. “Se lo oí decir por primera vez a Bernardo Atxaga. Fue el primero que habló del ‘Grupo de Valladolid’ y sí claro, visto desde aquí claro que existió”. Y es que por la revista pasaron y se quedaron Carlos Ortega, Miguel Suárez, Olvido García Valdés, Esperanza Ortega, Adolfo García Ortega, Ramón García Domínguez, Gustavo Martín Garzo… Y luego los que se sumaban desde orillas más lejanas como Severo Sarduy y hasta Ted Hughes traducido por Jordi Doce. Y quienes desde iniciativas como ésta hicieron un camino en la poesía visual, como Julián Alonso.

Manuel Sierra fue un elemento clave sobre todo en su primera etapa. No solo como dibujante sino como ‘constructor’ de portadas y maquetas. Como lo ha sido siempre Aliseda o como lo fueron ocasionalmente otros artistas como Ángeles Morgade, Javier Codesal, Alfonso Serra o José Noriega que en el número que le tocó en suerte acompañaba con sus dibujos algunos poemas de Miquel Martí i Pol. Era el año 86 y este número 23 de ‘Veneno’ preludiaba esa obra conjunta que llegaría años después cuando Noriega hubo hecho realidad el sueño de su editorial El Gato Gris.

Porque esta es una faceta de la revista nada despreciable. Un repaso a su historia (un repaso a mano, detenido, desdoblando y volviendo a doblar sus números) demuestra que entre sus pliegues está el germen de obras muy importantes que cuajarían con los años.

¿De dónde ‘Veneno’, el nombre? De algo tan cimple como que sus primeros promotores estaban enganchados a la música del grupo Pata Negra del cual Kiko Veneno era valedor fundamental.

Hay números cercanos a la estética del cómic, otros al pensamiento dadá, otros coquetean con el surrealismo y en general tiene un aire a contracorriente. Quizá porque lo que les une sea la falta de impostura, el calor que transmiten estos papales, se mantienen frescos y vivos. No han amarilleado sus propuestas y cuando Gamoneda o la propia Clara Janés miren atrás, a su paso por la revista, no podrán sino sentirse contentos de haber sido parte de esta pequeña gran aventura.

‘Veneno no venal’, como escribí cuando la revista cumplió su decimoquinto aniversario, pues su gratuidad es otra de las premisas del proyecto. “’No se vende se regala’, como decían los que predicaban mercancía”, afirma Aliseda que ha sido el mago que conseguía de aquí y de allá la mínima financiación que necesita la revista, donde los trabajos no son remunerados pero que genera unos gastos de edición y distribución. Calcula que con 50 euros saldrán los números siguientes cuya tirada alcanzará los 300 ejemplares. Luego, sus más fieles allegados se encargan de la onda expansiva.

Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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