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Gracias, Cati

Hay personas que cuando te sonríen es como si te abrieran las puertas de su casa. Una casa que intuyes luminosa y cálida, abierta como su sonrisa. Hay personas que, cuando se ríen, te devuelven la confianza en la vida, porque la expanden con su risa. Eso es lo que siento cada vez que saludo a Catalina Montes, a Cati, a las puertas de la Fundación que mantiene vivo el legado de su familia, ese lugar en el que creo haber escrito alguna vez que una siente que no le puede pasar nada malo, que está segura, a salvo. El martes un jurado le concedió el premio Castilla y León a los valores humanos y el termómetro que mide la conveniencia y la justicia de los premios subió hasta alcanzar su máxima temperatura. Creo que la conozco un poco como para intuir que en ese momento ella tendría dos sentimientos encontrados. Por una parte, la alegría del premio, una alegría nada egoísta pues me la imagino haciendo cuentas de cuántos libros, cuántas becas, cuántos arreglos en las casas de esa ciudad perdida en un lugar olvidado del mundo –la ciudad Segundo Montes de El Salvador–, que es un grito de esperanza en medio de tantas desolaciones, pueden caber en su dotación. Por otro, la incomodidad de ser noticia para alguien que, como los ángeles de la guarda, tiene el don de la invisibilidad. En estos tiempos en los que salir en la foto parece lo único importante encontrar a alguien comprometido que dedica su tiempo, su vida y su energía a los que más lo necesitan solo porque cree que es lo que tiene que hacer, sin esperar recompensas ni reconocimiento, sin publicidad ni quejas, sin fijarse en la injusticia de tanto dinero necesario desperdiciado en naderías –ella no tiene tiempo de fijarse en la injusticia porque lo necesita para su labor– es un fenómeno insólito, aunque al parecer menos insólito que otros fenómenos paranormales que ocupan a diario las páginas de los informativos. Cati ríe y cuando lo hace sientes que la esperanza es posible. Porque su risa tiene la fuerza de quien se ha sobrepuesto a la adversidad. Ella ha enterrado pacientemente a sus hermanos, que están presentes en cada rincón de la Fundación de la calle Núñez de Arce dándole la fuerza necesaria para continuar. Nada más saberse la noticia del premio, ella le decía a un compañero que no tenía ningún mérito, que solo recoge lo que la muerte le deja. No estoy de acuerdo por una vez contigo, Cati. Nada sería lo mismo si esa supuesta muerte no se hubiera topado con la vida misma. Nadie mejor que tú para continuar lo que ellos empezaron. Donde quiera que estén, y yo me los imagino a tu lado, estarán más que satisfechos de tus manos. Qué lástima que tu incesante actividad no te deje tiempo para dar unos cursillos de verano en el jardín de la Fundación sobre cómo vivir. ¡Tantos los necesitaríamos! En fin, Cati, perdona por esto y gracias por existir.

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Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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